Hablemos de suicidio

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  Hoy quiero hablar de un tema delicado pero indispensable: el suicidio. No es fácil abordarlo, pero el silencio solo agrava el problema. La dificultad de nombrarlo, de atravesarlo por palabas, es parte del problema en casos de ideación suicida. Así que intentaremos explorar este fenómeno desde varios puntos de vista, para compartir herramientas que nos permitan hablar al respecto y, ojalá, prevenirlo. Quiero que pensemos en la complejidad del suicidio desde sus implicaciones neurofisiológicas y psicológicas, pero también desde factores sociales y culturales, como el estigma y la vergüenza, para compartir estrategias puntuales, tanto para las personas que están atravesando este momento por ideación suicida, como para las familias.  Si sientes que no hay salida, por favor, busca ayuda. El Ministerio de Salud tiene una línea de asistencia en salud mental en el número 171, opción 6; también puedes acercarte a un hospital general o un hospital psiquiátrico, o puedes agendar una ci...

¡Ya no grites! La función y el efecto del grito en el conflicto de pareja

 


Hoy quiero profundizar en un problema común en las parejas, que tiene que ver con la comunicación y con la evolución: los gritos. Ciertamente, si pones atención, tal vez notes que la gente grita en una infinidad de contextos: puede que haya gritos de miedo si encuentras una araña inesperada en plena ducha; gritas de emoción si te encuentras con una querida amiga de toda la vida, o quizás quieres llamar la atención de tu madre que quedó en encontrarse contigo, pero aún no te ve. Incluso los gritos asociados al conflicto son comunes en el día a día: en la autopista, en la fila del banco, en la caja del supermaxi cuando termina un feriado y la cantidad de gente es inimaginable. La gente grita con facilidad, y parece que fuera de lo más normal y aceptado. Pero una cosa es gritarse de carro en carro en el apuro de la mañana, y otra, muy distinta, el grito en el espacio de mayor intimidad, que es la pareja.

Desde un punto de vista evolutivo, las señales vocales son adaptaciones, es decir, se han seleccionado para resolver problemas adaptativos de comunicación. En el caso de las vocalizaciones de ira en el mundo animal, se ha teorizado que sirven para señalar al oponente la propia capacidad de acción y daño, con la intención de resolver el conflicto sin tener que llegar a la agresión física. Pero los humanos somos algo más complicados que esto, y con frecuencia caemos en patrones de comportamiento que son mal adaptativos, que no resuelven los problemas o que, incluso, los empeoran.

Los desacuerdos y malentendidos, en cuestión de segundos, se convierten en torbellinos confusos emocionales que te atrapan, te levantan, te llevan a estados de tensión acumulada, respiración agitada, mente nublada, y de pronto, gritas. Te perdiste, se perdió el control, la situación escaló. Dijiste cosas dolorosas, que se sienten lejanas y borrosas, pero que lastiman en pleno centro del corazón.

Los gritos no resuelven nada; al contrario, escalan el conflicto y dejan heridas muy complejas, porque el que gritó y lastimó con sus palabras, puede sentirse desconectado de lo que dijo; puede que sienta que fue el enojo quien habló, y que lo dicho no le representa. El gritado, en cambio, sintió muy de cerca el dolor de lo dicho, estuvo ahí recibiéndolo. La experiencia es muy distinta para cada uno, aunque los dos estén ahí.

¿Cómo se Siente Gritar en una Pelea de Pareja?

Imagina que estás acumulando frustración: sientes que no te valoran, que te ignoran o que las cosas no salen como esperas. De repente, explotas en un grito. En ese momento, gritar puede sentirse como una liberación, como si estuvieras soltando una presión que te ahoga. Es como abrir una válvula: tu corazón late fuerte, la adrenalina sube y, por un segundo, sientes el poder de la voz, como si por fin te escucharan. Ese rato, parece la reacción lógica, lo único que cabe ante el malestar que sientes.

Después del grito, suele venir la culpa o el arrepentimiento. Te das cuenta de que heriste a tu pareja, y eso te deja con un vacío en el pecho, pero, además, una dificultad de conexión con la persona que fuiste el momento en que gritabas. En mi experiencia con parejas, muchas personas me dicen: "Grité porque no sabía cómo más expresarme, pero luego me sentí peor". Es una respuesta instintiva, automática, como un mecanismo de defensa primitivo, pero que, en lugar de defenderte, solo genera más distancia.

¿Cómo se Siente Cuando Te Gritan?

Ahora, ponte en el otro lado. Cuando tu pareja te grita, es como si te lanzaran un balde de agua fría, o peor, como una agresión que te pone en alerta total. La sensación de amenaza activa toda una respuesta psicofisiológica: el pulso se acelera, sientes un nudo en la garganta o en el estómago, y tu mente se nubla. Es como si el grito activara un "modo supervivencia", donde solo piensas en protegerte o contraatacar. En efecto, se activa una respuesta de pelea o huida, que plantea escenarios complicados: o gritas de regreso y esto empeora, o quieres irte y eso se interpreta como una ofensa para el que gritó primero. En este punto, nadie va a ganar. Ni el que grita, ni el que lo hace más fuerte, ni el que se marcha. Una vez que se ponen en marcha los comportamientos automáticos, todos perdieron, la discusión se convirtió en una batalla, y el problema puntual se confundió con resentimientos previos, con conflictos anteriores, incluso con dolencias mucho más antiguas que la relación en la que se está discutiendo.

Efectos a Largo Plazo: El Veneno Silencioso para la Relación

Si los gritos se repiten, los efectos a largo plazo son devastadores. Erosionan la confianza: tu pareja empieza a verte como una amenaza, no como un aliado. Generan estrés crónico, con problemas como ansiedad, insomnio o incluso depresión, porque el cuerpo se acostumbra a estar en alerta constante.

En las relaciones, esto puede llevar a resentimientos acumulados, menor intimidad emocional y física, y en casos extremos, rupturas. Imagina una casa con grietas: un grito ocasional es una grieta pequeña, pero si son frecuentes, los gritos son como terremotos que la derrumban. El miedo, que se activa automáticamente en estos contextos, produce un efecto evitativo. La pareja deja de ser pareja, y ya no se siente esa sincronización, esa compenetración o esa sensación de complemento. Los gritos alejan, resaltan la condición de individuos separados, y fragmentan lo que antes unía a dos personas.

¿Qué podemos hacer para dejar de gritar?

Lo primero que tenemos que comprender cuando pensamos en mejorar una relación de pareja, es que cada uno puede, únicamente, concentrarse en sus propios errores. No podemos esperar que sea nuestra pareja quien corrija lo que sea que hace mal. Sí podemos, sin embargo, identificar nuestros propios gatillos, los disparadores emocionales que preceden una explosión. Si el enojo es como un huracán, habrá primero cielos nublados: sentiremos tensión muscular, ofuscación, respiración agitada. Si identificas las sensaciones que produce la ira, podrás reconocerla antes de que llegue. Como en una tormenta, protégete, respira, modifica tu estado de ánimo.

Prueba reescribiendo los eventos anteriores que te han llevado a perder el control. Describe la situación y tu reacción, y las consecuencias que experimentaste por reaccionar así. Después, modifica tu respuesta: reescribe la misma situación, pero cambia el modo en que actuaste por algo más adaptativo, es decir, que te haya permitido, efectivamente, solucionar el problema, e inventa un resultado que sería la consecuencia positiva de cambiar tu comportamiento, una resolución diferente del conflicto inicial. En un tercer párrafo, reflexiona de manera más general sobre tus respuestas negativas, las veces en que las que has gritado, y redacta un plan de acción para modificar tu reacción ante las dificultades. Escribe conductas específicas que puedes utilizar ante un conflicto que faciliten la resolución.

Aprende a comunicarte. Empieza por escuchar a tu pareja. Controla la necesidad de corregir; aprende simplemente a escuchar lo que la otra persona relata, describe o siente. Suelta el temor que te produce el rechazo, y dirige tu atención a tu pareja. Escucha. Y cuando sea tu turno, habla desde ti, sobre lo que tú sientes, y no desde lo que tu pareja hace mal. Si el conflicto escala, toma breaks. Sal a caminar. Deja que tu pareja salga si necesita hacerlo. No hace falta interpretar el tiempo fuera como algo terrible; a veces, solo necesitamos un momento para calmarnos y pensar con claridad.

Finalmente, redirige el curso de esta relación: busca un hobbie compartido, tiempo de esparcimiento con tu pareja, actividades que traigan a tu atención las razones por las que escogiste a esta persona. Las relaciones son frágiles, y se pierden tan fácilmente como se lograron en un inicio. Haz un ejercicio profundo de reflexión y de compromiso contigo, con tu mejor versión, para que, ya sea que la relación continúe o termine, sientas la tranquilidad de haber reconocido y trabajado en tus defectos, reforzado los aciertos, e incorporado los aprendizajes para mejorar todavía más. Si quieres hacer terapia de parejas, yo puedo ayudarte en Cumbayá de manera presencial, y también con teleterapia.

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