¿Qué forma tiene tu ansiedad?
A veces pensamos que, con decir "ansiedad", ya sabemos de lo que estamos hablando, lo que significa para cada uno de nosotros. Lo cierto es que la ansiedad se experimenta como un rompecabezas de piezas desordenadas que no siempre encajan: un latido que se acelera sin motivo aparente, un pensamiento que da vueltas como un disco rayado, una opresión en el pecho que parece gritar “algo está mal”, aunque no sepamos qué. Es fragmentada, caótica, y a veces se siente como si cada síntoma fuera un invitado no deseado que llega a la fiesta de nuestra mente sin anunciarse. Pero, ¿y si en lugar de pelear con esos fragmentos, les diéramos forma? ¿Y si los convirtiéramos en un personaje con el que pudiéramos dialogar, entender e incluso trabajar?
Los Fragmentos de la Ansiedad
Cada persona experimenta la ansiedad de manera única, pero hay hilos comunes que tejen su presencia. Estos son algunos de los fragmentos más frecuentes:
- El cuerpo que habla: El corazón late como si estuviera corriendo una maratón, aunque estés sentado en el sofá. Las manos sudan, los músculos se tensan, el estómago se retuerce. Es como si tu cuerpo estuviera protegido por esas alarmas de auto súper sensibles que se activan a cada rato por cualquier cosita.
- La mente en espiral: Un pensamiento se engancha —“¿Y si fallo? ¿Y si todo sale mal?”— y de repente estás atrapado en un carrusel de qué pasaría si. La mente salta de un escenario catastrófico a otro, sin darte tiempo para respirar.
- La desconexión del mundo: Todo se siente lejano, como si estuvieras viendo la vida a través de una ventana empañada. Las voces suenan apagadas, los colores menos vivos. Es la desrealización, un truco cruel de la ansiedad que te hace sentir como un extraño en tu propia realidad.
- El peso invisible: A veces, no hay un pensamiento claro, solo una sensación de fatalidad, como si cargaras una mochila llena de piedras. No sabes por qué está ahí, pero no puedes quitártela.
Estos fragmentos no siempre llegan juntos. A veces, solo aparece uno, como un actor solitario en el escenario. Otras veces, se presentan todos a la vez, hablando al unísono y exigiendo tu atención. Tratar de controlarlos puede sentirse como intentar atrapar agua con las manos: cuanto más lo intentas, más se escapa.
Darle un Rostro a la Ansiedad
Aquí es donde entra la idea de convertir la ansiedad en un personaje. No se trata de romantizarla ni de ignorar su impacto, sino de darle una forma tangible para que deje de ser un monstruo borroso y oscuro. Al personificarla, podemos observarla desde afuera, negociar con ella, incluso desafiarla. Aquí hay algunos pasos para crear tu propio “personaje de ansiedad”:
- Dale un nombre: Puede ser algo serio, como “La Vigía”, o algo más ligero, como “Pepe el Nervioso”. El nombre le da identidad y, de alguna manera, la hace menos intimidante. Ya no es la ansiedad, es solo… Pepe.
- Imagina su apariencia: ¿Cómo se ve? ¿Es una nube gris que flota a tu alrededor? ¿Un duende inquieto que susurra en tu oído? ¿Un caballero con armadura oxidada que insiste en protegerte de peligros imaginarios? Visualizarla te ayuda a separarla de ti mismo.
- Escucha su voz: ¿Qué dice tu personaje? A menudo, la ansiedad intenta protegernos, aunque de forma torpe. Tal vez tu personaje grita: “¡Cuidado, no confíes en nadie!” o murmura: “Si no lo haces perfecto, todo se derrumbará”. Identificar su mensaje te permite responderle: “Gracias por la advertencia, pero creo que puedo manejar esto”.
- Negocia con tu personaje: Una vez que tiene forma, puedes dialogar. Por ejemplo: “Oye, Pepe, entiendo que estás preocupado, pero ahora mismo voy a respirar hondo y seguir adelante. ¿Qué tal si te sientas un rato?”. Este diálogo interno no elimina la ansiedad, pero la pone en su lugar: no eres tú, es solo un invitado ruidoso.
Por Qué Funciona
Personificar la ansiedad tiene un efecto curioso: la saca de tu interior y la coloca frente a ti, como un adversario con el que puedes debatir en lugar de un peso que te aplasta. Este enfoque está inspirado en técnicas como la terapia narrativa, que usa historias para reconfigurar nuestra relación con las emociones difíciles. Al darle un nombre y una forma, la ansiedad deja de ser un enemigo omnipotente y se convierte en algo con lo que puedes trabajar, como un compañero de viaje molesto pero manejable.
Además, este proceso fomenta la autocompasión. En lugar de culparte por sentir ansiedad (“¿Por qué no puedo simplemente relajarme?”), puedes reconocer que estos fragmentos son parte de una experiencia humana compartida. Tu personaje de ansiedad no es un defecto; es solo una parte de la complejidad de ser humano.
Un Mosaico en Constante Cambio
La ansiedad seguirá siendo fragmentada, un mosaico que cambia de forma según el día. Algunos días, sus piezas serán pequeñas y manejables; otros, parecerán un vitral roto que no sabes cómo recomponer. Pero al darle un personaje, le das un marco, un lienzo donde esos fragmentos pueden coexistir sin definirte.
Así que, la próxima vez que sientas ese nudo en el pecho o ese pensamiento que no para de girar, prueba esto: nómbralo, dale un rostro, escucha lo que tiene que decir y ofrécele opciones. Puede que no desaparezca, pero tal vez, solo tal vez, se convierta en un compañero con el que puedas caminar, en lugar de un peso que te detiene.
Imagen de Eveline de Bruin en Pixabay