Hablemos de suicidio

La adolescencia y la adultez temprana son etapas de transformación, un torbellino de emociones, preguntas y contradicciones. Es el momento en que una persona comienza a preguntarse: ¿Quién soy? ¿Qué quiero? ¿Cómo encajo en este mundo? Esta búsqueda de identidad, aunque natural, puede volverse un terreno pantanoso cuando se enfrenta a las expectativas externas, especialmente las de los padres. La tensión entre el deseo de autonomía del joven y la imposición de normas familiares genera una disonancia que, si no se maneja con cuidado, puede complicar más la dinámica familiar. Como psicóloga en Cumbayá, Quito, quiero compartir algunos aspectos de la adolescencia.
Las prioridades parecen configurarse en diferentes idiomas entre los padres y los hijos en estas etapas. Mientras el joven quiere pasar tiempo con sus amigos, explorar el mundo, tomar decisiones, equivocarse y aprender, sus padres priorizan las tareas y las responsabilidades: "Termina la tarea, ordena tu cuarto, no olvides la cita con el dentista". Para los padres, estas demandas son una forma de enseñar responsabilidad, de preparar a sus hijos para la vida adulta. Pero para el joven, estas imposiciones pueden sentirse como una jaula que limita su capacidad de descubrir quién es.
Esta contradicción no es solo un choque de voluntades; es una disonancia cognitiva. Los padres ven el cumplimiento de tareas como un pilar de la madurez, mientras que la persona joven anhela confianza, un espacio para probar, fallar y construir su identidad. Cuando un joven siente que su valor depende de cumplir expectativas externas, su autoestima puede tambalearse. La pregunta ¿Soy suficiente tal como soy? comienza a resonar, y la respuesta a menudo se pierde en la presión de complacer. Esto puede producir angustia y un deseo de alejarse de la familia, ir a vivir por su cuenta o salir del país.
En las últimas décadas, hemos visto una tendencia creciente hacia la sobreprotección. Los padres, con la mejor de las intenciones, buscan resguardar a sus hijos de todo peligro, físico o emocional. Desde programar cada minuto de su día hasta intervenir en sus conflictos escolares, esta hipervigilancia tiene un costo. Al evitar que los jóvenes enfrenten desafíos, se les priva de la oportunidad de desarrollar resiliencia, autoconfianza y un sentido claro de quiénes son.
La sobreprotección envía un mensaje implícito: No eres capaz de manejarlo solo. Con el tiempo, esto puede traducirse en adultos jóvenes que dudan de sus capacidades, que temen tomar decisiones por miedo al fracaso o que buscan constantemente la validación externa. La identidad, que debería construirse a través de la experiencia y la autorreflexión, queda atrapada en una red de dependencia.
Un estudio de la Universidad de Minnesota (2018) encontró que los jóvenes criados en entornos sobreprotectores tienden a mostrar mayores niveles de ansiedad y menor tolerancia al estrés en la edad adulta. Esto no es sorprendente: si nunca se te permitió caer, ¿cómo aprendes a levantarte?
La clave para apoyar a los adolescentes en su búsqueda de identidad no está en eliminar las reglas, sino en transformar la dinámica de poder en una de confianza. Los padres pueden empezar por escuchar activamente, sin juzgar, y por reconocer que los errores son parte del crecimiento. Un joven que siente que sus padres confían en su capacidad para tomar decisiones —incluso si a veces se equivoca— estará más dispuesto a asumir riesgos saludables y a construir una identidad sólida.
Por su parte, los adolescentes pueden beneficiarse de comunicar sus necesidades con claridad. Decir “Necesito sentir que confías en mí” puede abrir la puerta a un diálogo que reduzca la tensión. Este intercambio no elimina la disonancia, pero la hace manejable, convirtiéndola en una oportunidad para el crecimiento mutuo.
La búsqueda de identidad es un viaje desafiante, lleno de tropiezos y descubrimientos. Para los padres, implica soltar el control y abrazar la incertidumbre de ver a sus hijos convertirse en quienes están destinados a ser. Para los jóvenes, significa atreverse a ser auténticos, incluso cuando el mundo parece exigir perfección.
En este baile entre autonomía y guía, la confianza es el puente que une ambos mundos. Permitamos que los adolescentes exploren, caigan y se levanten. Solo así podrán responder, con seguridad, la pregunta más importante: ¿Quién soy? En ocasiones, un espacio de acompañamiento familiar permite desenredar las perspectivas de cada miembro de la familia, facilitando el proceso de desarrollo que corresponde a esta etapa. Aclarando los malentendidos, los lazos pueden reforzarse mientras se amplían las libertades y la confianza.
Imagen de Jose Antonio Alba en Pixabay